- Tema: “Sócrates y Antígona: el respeto a las leyes (consenso) y la desobediencia civil (disenso).”
- Lugar: Asociación Cultural Vela y Mora. Prado del Rey (Cádiz).
- Día y hora: viernes, día 1 de diciembre, a las 17:30 horas.
- Organiza: IES "Carlos III" en colaboración con el AMPA "Fabia Fabiana".
REFLEXIÓN INICIAL
« ¿Debe el ciudadano someter su conciencia al legislador por un solo
instante, aunque sea en la mínima medida? Entonces, ¿para qué tiene cada hombre
su conciencia? Yo creo que debiéramos ser hombres primero y ciudadanos después[1].
Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia. La
única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo
que crea justo.»
H. D.THOREAU, «Desobediencia civil», en Desobediencia civil y otros escritos.
H. D.THOREAU, «Desobediencia civil», en Desobediencia civil y otros escritos.
« […] Pues no se dejará de objetar que, si cada cual hiciera en cada
momento lo que estime en conciencia debe hacer, con independencia de lo que
digan las leyes, quizá la convivencia social se haría imposible. Y que, aunque
ciertos casos de desobediencia pueden comprenderse dentro de regímenes
autoritarios, tal vez carezcan de justificación en los regímenes democráticos,
en los que la soberanía radica en el pueblo, de donde extrae su legitimidad el poder
legislativo. Aunque, por otra parte, habría que preguntarse en función de qué
principios un ciudadano va a actuar en contra de su propia conciencia; y, por
tanto, hasta qué punto y en qué medida la desobediencia civil puede estar
justificada, si es que en algún caso lo está.»
C. GÓMEZ SÁNCHEZ, Disidencia ética y desobediencia civil.
Sirvan los textos anteriores para
tomar conciencia del conflicto entre la moral y la ley, la legalidad y la
legitimidad, el individuo y el Estado, en el marco general de los dilemas
históricamente planteados entre ética y política.
Ya lo planteó Kant, filósofo alemán del siglo XVIII: el
verdadero problema de toda teoría política reside en la posibilidad de hacer
compatibles las diversas voluntades individuales con una voluntad total, de tal
modo que, lejos de destruir la autonomía de la voluntad individual, la haga
valer y la reconozca en un sentido nuevo. Todo ello dificultado por la
insociable sociabilidad, que a juicio de Kant define la naturaleza humana, y
que más tarde reflejó el filósofo alemán del siglo XIX, Arthur Schopenhauer, en el dilema del erizo o el puercoespín en una
la fábula escrita en 1851[2].
Por consiguiente, estamos ante un
conflicto difícil de resolver: ¿hay que obedecer siempre la ley aunque ello
suponga ir en contra de la propia conciencia moral, o debemos actuar de acuerdo
con nuestros principios morales aunque vulneren la legalidad?
Ante esta cuestión encontramos
diferentes enfoques, que podrían quedar enmarcados en los posicionamientos de
dos personajes clásicos: Sócrates y Antígona.
En el año 399 a. C., el filósofo
ateniense Sócrates (470-399 a. C.),
fue condenado a muerte injustamente, bajo las acusaciones falsas de no respetar
a los dioses y de corromper a la juventud. Mientras esperaba la ejecución de
la sentencia, sus amigos prepararon su fuga y trataron de convencerle para que
se escapara. Sócrates se negó, a pesar de considerar que se le condenaba
injustamente, alegando que si escapaba estaría burlando las leyes que toda su
vida había defendido, y que estas deben cumplirse siempre y no solo cuando nos
convienen, ya que suponen la garantía de la convivencia en sociedad.
Recordemos que para Sócrates,
como para la mayoría de los griegos, antes que individuos se consideraban
ciudadanos, estableciendo el “bien común” y al “justicia social” como los
objetivos prioritarios de la política y el Estado. Así, Sócrates, fiel a sus
principios bebió, la cicuta y murió ante
la consternación de sus amigos y familiares.
Con todo, la muerte de Sócrates plantea un problema fundamental: la relación entre el individuo, la sociedad y las leyes, y también el de la
relación del individuo con su propia existencia y con la justicia.
Antígona es el título de una tragedia de Sófocles (poeta trágico griego, 496-406 a. C.), basada en el mito
de Antígona y representada por primera vez en el año 442 a. C. El personaje
clásico de Antígona es un símbolo de la resistencia frente a las leyes injustas
en nombre de la conciencia moral. Al haber muerto en la guerra los dos hermanos
de Antígona e hijos de Edipo, Etéocles y Polinices, el rey Creonte, tío de
ambos hermanos, publica un decreto por el cual prohíbe que se dé sepultura y se
realicen honras fúnebres a Polinices, al que considera un traidor por haber muerto luchando contra su
patria.
Antígona
debe respetar y cumplir la ley dictada por el rey, pero al mismo tiempo está
convencida de que no puede permitir que su hermano no sea sepultado, siguiendo
los principios sagrados que responden a la ley de la familia y al derecho de
los muertos a recibir un funeral, para que su hermano pueda descender al Hades,
el mundo de los muertos, ya que para los griegos eran muy importantes
los honores fúnebres, porque en caso de no celebrarse, el cuerpo del difunto sería
condenado a vagar eternamente por la Tierra, imposibilitado para acceder al
reino de las sombras. La intención de Creonte era que
el cuerpo de Polinices fuese abandonado, como pasto de las aves de rapiña.
Antígona decide enterrar a su
hermano contraviniendo la ley, y siendo consciente del castigo que habrá de
sufrir: Creonte la condena a ser encerrada en una tumba hasta que muera, pero
ella se ahorcara.
Nos encontramos ante dos modelos
éticos diferentes, pero, quizás no necesariamente antagónicos. Uno se posiciona
en la ética del consenso, que postula el pacto social entre los ciudadanos y el
Estado, del que resultan unas leyes, fruto del consenso, al menos en un
contexto democrático que exige el respeto a la ley para garantizar el Estado de
derecho. El otro, fundamentado en la ética del disenso, sostiene que existen
principios morales irrenunciables que están por encima de cualquier ley, por lo
que se justifica la desobediencia a la ley por razones de conciencia, y por
tanto, la desobediencia civil y la objeción de conciencia.
Estos últimos planteamientos
pueden generar cierta polémica y conflicto político y moral…
Para seguir profundizando en el
tema sugiero que sigas leyendo, si lo deseas, la continuidad del esta reflexión.
Para descargarla cliclea sobre el siguiente título:
El debate queda abierto.
Seguidamente se sugieren algunos interrogantes como posibles preguntas para desarrollar
el Café Filosófico:
1. ¿Está
justifica la desobediencia a las leyes en un sistema democrático?
2. ¿Supondría
la desobediencia a las leyes una ruptura de la convivencia y del pacto social?
3. ¿Es
necesaria la desobediencia a las leyes para garantizar un sistema democrático ?
4. ¿Debe
tener límites la desobediencia civil? ¿La libertad de expresión debe tener
límites?
5. ¿Es
lo mismo objeción de conciencia y desobediencia civil?
6. ¿Se ha alcanzado un mayor grado de evolución social desde la
ética del consenso o la del disenso?
7. ¿Somos individuos antes que
ciudadanos o todo lo contrario?
8. ¿La
desobediencia civil solo es legítima cuando se desobedecen leyes injustas?
9. ¿Todo
acto de desobediencia a la ley es un acto de desobediencia civil?
10. ¿Se
debe la desobediencia civil a la insociable sociabilidad del ser humano?
[1] Contrario al planteamiento de
los grandes pensadores griegos: Sócrates, Platón y Aristóteles, que priorizan
la ciudadanía antes que la individualidad, ser ciudadano antes que individuo.
[2] «En un frío día de invierno un grupo de puercoespines se acercaron
mucho los unos a los otros, apretujándose, con el fin de protegerse, mediante
el mutuo calor, de quedar helados. Pero pronto sintieron las recíprocas púas,
que los hicieron distanciarse otra vez a los unos de los otros. Mas cuando la
urgencia de calentarse volvió a acercarlos, se repitió otra vez la misma
calamidad, de modo que eran lanzados de acá para allá entre uno y otro mal,
hasta que por fin encontraron una distancia moderada entre ellos, en la que
podían mantenerse óptimamente. Así es como la necesidad de compañía, brotada de
la vaciedad y monotonía de su propio interior, empuja a las personas a
juntarse; pero sus muchas propiedades repulsivas y sus muchos defectos
intolerables vuelven a apartarlas violentamente.»
A. SCHOPENHAUER, Parerga y Paralipómena.
A. SCHOPENHAUER, Parerga y Paralipómena.